Seguidores

lunes, 7 de marzo de 2011

Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite.

Si el ser humano fuera un artículo a la venta en un gran almacén, probablemente no superaríamos los períodos de garantía y lo devolveríamos perfectamente empaquetado de nuevo a quien nos lo vendió, con el afán de que fueran otros y no nosotros, quienes cargasen con un 'aparato' tan imperfecto y defectuoso. Y es que el fallo y la equivocación; el engañarse y el desacierto, son inherentes al ser humano y es un hecho que cuanto antes admitamos, más podremos utilizar en nuestro beneficio.

Cometer errores es una modo bastante desagradable, pero a la vez bastante segura de progresar. Y respecto a ello, no es bueno dramatizar, porque el error nos enseña una lección que teníamos en deuda con la vida aprender. Cuando suceden, los computamos en la memoria y los llamamos experiencia, ya que la idea básica es poder salir adelante en una situación similar que se nos pueda plantear mañana, no olvidando en lo qué fallamos y por tanto qué es lo que no debemos repetir.
Ahora bien, llegado el momento en el cual nos damos cuenta de hasta qué punto nos hemos equivocado y reconocemos lo mal que hemos resuelto tal o cual situación, lo importante es no martirizarse ni reprimirse uno mismo y más allá, y fundamental, encontrar a nuestro alrededor personas capaces de apoyarnos, comprendernos y reconfortarnos. Gente afín y cercana en la que podamos hallar consuelo y mejor aún, con quienes poder analizar y valorar lo que ha pasado.

Cuando damos la peor versión de nosotros mismos, nos sentimos tristes, disgustados y enormemente doloridos por no haber sabido estar a la altura. Quererse y ser un poco menos exigente, dando una importancia relativa a las cosas que nos ocurren es importante, pero también lo es el consuelo y la aceptación de los que nos aprecian, porque ello nos ayudará más fácilmente a remontar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario