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miércoles, 16 de marzo de 2011

Oportunidades.

Escurridizas, efímeras, inesperadas, así son las oportunidades. Apenas una luz que brilla fugazmente y que si nos encuentra mirando hacia otro lado, se desvanecerá tan pronto como se presentó.
Cada día, y es más, cada momento, tenemos más oportunidades de las que pensamos. Lo fundamental es saber verlas (a veces se disfrazan de cualquier cosa) para poder aprovecharlas.
Lamentablemente no podemos echar un vistazo al levantarnos cada mañana a la bandeja de entrada de nuestro correo electrónico, y encontrarnos un e-mail remitido por la sección de ‘oportunidades gloriosas’ del gran almacén donde se despachan destinos.
No sabemos cuándo llegan, pero otra cuestión inmutable sobre las oportunidades es que tampoco se pueden programar. Probablemente las deseemos cuando más llueve, igual que esperamos ansiosos la llegada del autobús si nos estamos mojando ateridos de frio, pero ese autobús llegará cuando deba llegar, ni antes, ni después.
Y además, deben estar basadas en algo que previamente hayamos deseado conseguir. Quiero decir, que primero tenemos que tener claro qué es lo que queremos, para que surjan las oportunidades que nos permitan lograrlo.
Trazar un plan alrededor de lo que se quiere conseguir o mejorar en nuestras vidas, resulta fundamental. Si nos planteamos con rigor que queremos alcanzar tal o cual meta, establecemos y diseñamos lo que creemos que debemos hacer para alcanzarla y nos ponemos a trabajar en ello, muy probablemente vayan surgiendo oportunidades para que lo consigamos. Cuando quieres algo, tienes que colaborar. Es un axioma.
Y también es clave estar despiertos, muy despiertos, porque las oportunidades se van deprisa: "Cuando el momento llega, hay que saltar la barrera sin vacilar".
La oportunidad perdida nunca vuelve atrás. Vendrán otras, pero la que pasó, pasó, y probablemente si nosotros no fuimos lo suficientemente diligentes o decididos para aprovecharla, algún otro lo habrá hecho en nuestro lugar.


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