Seguidores

viernes, 2 de noviembre de 2012

Y entre la resignación y el miedo, me callo.

Sólo puedo pensar en cómo pasa el tiempo. Tiempo que ha mejorado físicamente, pero no psicológicamente. Siempre hay un "bye" detrás de un "good" y el corazón pisa el freno después del primer infarto. Debería aguantar más, tentar menos y verte nada. Pero mi pequeña revolución se muestra ante ti como una esclava que echa de menos sus cadenas. Como un perro sin bozal ni ladridos. Vaciándose como una ciudad abriéndose en comisarías, mirándote como tratando de decir: ¿no ves que ya te desprecio? Una presencia de bramidos agónicos que clama tu presencia entre butacas, para esta función de desánimos. Ya las ansias han dejado paso a las dietas como si ya no tuvieran nada que hacer. Como si todo lo que queda por ocurrir nos considerara innecesarios. He comprado una vida normal a precio de finiquito y trato de hacer las cosas bien: he cambiado aquel vaso en que me ahogaba por un océano lleno de peces y ningún tritón. Sé que la noche me es infiel porque uso el despertador y tiro el café con prisas. Porque tu risa sigue removiéndose en mi estómago cada vez que hago repaso de mis destrozos por tu vida. Los contenedores ya no contienen. Hay huelga de reponedores en mi almacén de fuerzas y las ganas ya no ganan al final de la partida. Todos pierden. Y en nuestros dientes se van acumulando los mordiscos que una vez te has tragado hasta el último sueño. Sentimientos que cotizan el paraíso fiscal de las soledades anónimas, suciedad limitada. Y yo puedo mirar el silencio como un pequeño desenfreno de ausencias, que se lleva los ruidos a algún otro lado que no me pertenece, como si midiéramos los suspiros en decibelios en lugar de en arañazos. Supongo que la resignación es aprender a sonreír mientras esperas. Y así voy, con el cinturón de seguridad desabrochado, segura del todo a riesgo, acelerando. No hay curvas peligrosas, solo un muro a lo lejos que me mira con sus ojos de futuro insatisfecho mientras susurra: ¿a dónde te crees que vas? Y siempre es la misma respuesta: a la guerra. Aunque ahora que no voy contigo no es tan divertido ir contra el mundo. Ni sé si merece la pena.