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viernes, 18 de marzo de 2011

Miedo.

Tras cada puerta nunca sabemos lo que espera y ese misterio es tal vez también el verdadero enigma de la vida: ir decidiendo en cada momento qué puerta debemos abrir para no extraviarnos en el laberinto.
Y dejamos a veces algunas puertas entreabiertas porque el miedo nos impide cerrarlas del todo, como si sintiéramos que podríamos arrepentirnos y necesitásemos volver atrás a recuperar aquello que habíamos dado por concluido. Lo hacemos sin pensar que en el momento en que una puerta se cierra, otra inevitablemente se abre y que esto es algo que sólo se cumple si hemos cerrado convenientemente la anterior.
Sin embargo, lo que de verdad puede hacernos daño y a la vez debilitarnos, es estar de pie frente a la puerta que toca abrir y no ser capaces de hacerlo, por el pavor que nos provoca no saber qué nos espera tras ella. Paralizados por la desconfianza o la cobardía, preferimos abstenernos antes que intentarlo.




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