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viernes, 4 de enero de 2013

Que nos una una vida y no nos ate un recuerdo.

Ya no hay esposas ni cadenas que valgan. Seamos honestos pero de verdad, sin corsés ni riendas a las que atarse, moviéndonos con miedo a la libertad, temiendo a los contenedores, los descampados, y los vertederos. Entre basuras el juego no es tan bonito pero es más real, ¿no? El valor de la saliva deambula afligido. Podríamos echarle azufre a esta desidia de nausea, meter las manos en los bolsillos. Olvidar. Pero en cambio nos encantan las agujas de la nostalgia, hacernos daño como un recuerdo de taladros, la sangre que gotea mientras tú te chupas los dedos. En el tira y afloja de los sentimientos la risa fértil crece con el dolor y la insensibilidad como fuente de abono. Y hay un cielo en cada pozo sin fondo. Y mentiras que reivindican la verdad cuando te miro a los ojos y no hay respuesta. Y las dudas, que mi mirada está limpia porque detrás hay un manantial de lágrimas por donde se desangra tu tristeza. Exactamente, qué es lo que vendes tras ese sonido en pausa, qué quieres si lo bonito de la historia es simplemente que sucede y nos cambia. Que somos el fantasma de las navidades pasadas, su juguete roto, su fiesta de bebidas vacías en nuestras excusas. Y tapamos la fecha de caducidad, escondiéndonos debajo de la cama, que las cortinas oculten ese paisaje de abismos en donde no te suicidarías, mucho menos conmigo. El orgullo no nos podará las espinas. Y esa vida en resumen, ese trailer de cosas por el que deberíamos apostar, ese esquema de revolución sin heridas ni ruido me sabe a cero y de nada, ya me hace temblar de conformismo, me obliga a desplegar estas alas a cualquier otra parte para no permanecer aquí.

martes, 1 de enero de 2013

Querido 2012:

Gracias por hacerme tan fuerte como un cristal roto imposible de romperse más, y por demostrarme que en la sutileza de las caricias existe una pequeña indestructivilidad dispuesta a quedarse para hacerte lesión cuando vengan sus ausencias, y gracias por la fécula amarga del corazón, por reencontrarme conmigo misma en toda mi irracionalidad, por aquel invierno nublado donde el sudor solo fue frío y sin pretexto, por las canciones, muchísimo más allá de la cocaína y todas sus mierdas parecidas.
Gracias por devolverme el séptimo arte cuando lo tenía abatido y llorando olvidos en mi esquina de sueños pasados.
Gracias por esa revolución oscura de almas brillantes, por hacernos caer tan bajo que ya solo podamos subir, por el reto de cimas imposibles que nos has planteado: será leña en el fuego de las hogueras que calentarán nuestras manos en todos los inviernos que nos impongan.
Gracias por el dolor. Por haberme hecho tragármelo. Por haberme obligado a digerir derrotas, decepciones e imposibilidades. Por el escozor de heridas incompletas con que llené el vertedero antes de sacar la basura.
Gracias por el amor. Por saber que he querido. Que todavía lo hago. Que nadie podrá impedírmelo jamás. Amar. Solo yo. Y no pienso ser ya más mi rival ni mi enemigo. Todo eso se acabó.
Por lo demás, en lo que a mí respecta, te puedes ir a la puta mierda, maldito 2012.