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jueves, 10 de febrero de 2011

Rodéate de personas que te quieren y sino es así, échalas.


El trato con los demás no siempre resulta sencillo. A lo largo de un solo día vamos encontrándonos con caracteres tan diferentes entre sí, que hacen de la relación interpersonal un ejercicio de equilibrios difícil, siempre y cuando se pretenda una cierta armonía y una convivencia feliz o por lo menos eficaz.
Sinceramente, pienso que hay personas muy extrañas y complejas de trato, y digo esto, contextualizando y asumiendo que habrá otros que piensen exactamente igual de mí.
Por ejemplo, hay personas que prácticamente no hablan con quienes les rodean, y cuando lo hacen, dan una explicación de como si estuvieran en un mundo incomprensible. Otras que si lo hacen, pero sólo si pueden obtener algún beneficio de ello a cambio, porque sino la conversación con los demás pierde interés. Hay gente de un solo tema de conversación y gente de conversación inabarcable sobre lo que sea, porque ‘dominan’ cualquier temática sin cuestionar que quizá no. En fin, hay personas que transpiran paz y otras con un gesto agresivo. Gente que te recibe siempre con una sonrisa y gente a la que les cuesta articular un saludo. Y sigue habiendo diversos tipos. Pero hay que comprender cada situación. Evidentemente, no todos somos iguales y no pensamos de la misma manera, ni tan siquiera actuamos del mismo modo ante una situación semejante.
Y es curioso que si te esfuerzas por congeniar con alguien y tratar de sacarle de su arrogancia, de rebajar su antipatía, arrancar un saludo efusivo al maleducado o cambiar de tema de conversación monótona, la mayor parte de las veces te encuentras una incomprensión y un egoísmo, cuando no antipatía al otro lado y decides que ya somos mayorcitos para andar por ahí como un Robin Hood a la inversa, es decir, quitándote tú propia alegría para dársela a los ‘especiales’ de la película que nunca regalan ningún esfuerzo.
Eso lo comprendes en determinados momentos de tu vida, al igual que comprendes que lo mejor es ser tú mismo y evitar directamente la opinión que tengan de ti los demás. Ingenua juventud es pensar que puedes intentar agradar a todos, no siendo conscientes de que por bien que lo hagamos o por buenos que seamos, siempre habrá gente a la que le caigamos mal. ¿Y qué importa eso?
Luego también la vida te va enseñando a base de experiencias más o menos duras, que hay gente de la que te debes apartar y gente a la que te tienes que pegar. Que de entrada es razonable y positivo confiar en todo el mundo, pero es de locos poner la confianza de nuevo en alguien que te falló. Que entre los amigos hay que alejarse de aquel que habiéndote podido ayudar en un momento de necesidad, no lo hizo y sin embargo dar el alma por ese otro que está cuando todos los demás se han ido.

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