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jueves, 10 de febrero de 2011

Cuando llegues a la última página, cierra el libro.


Esto de vivir no es sencillo, no nos engañemos. Ojalá fuese un grato paseo, en el que las mayores dificultades procedieran de una mala valoración del clima y, como consecuencia de ello, el fastidio de tener que soportar algún que otro chaparrón inesperado.
A veces la vida nos hace daño ... y nos hiere, ¡claro!, pero siempre debemos seguir adelante tratando de cicatrizar las heridas.
Cada 'libro' que leemos, por muy bueno que resulte y por mucha desolación que nos provoque su desenlace, algún día concluye, y tras ello debemos colocarlo en la estantería correspondiente, en la que es posible que lo recuperemos para releerlo -quién sabe-, pero no sin que antes haya pasado un tiempo prudencial dando ocasión a otros muchos libros nuevos y magníficos que quedan por leer.
En nuestra vida, a veces, nos empeñamos en repasar libros agotados y ya superados, evitando con ello la llegada de ninguna novedad. Libros abiertos o heridas sin cerrar: ¿Con qué fin? ¿Es simple desorden o que nos gusta sangrar adrede?
Si tratásemos de reconocer a las personas que no quieren dejar el dolor atrás, definitivamente enterrado en el ayer, y reanudar su vida después de la muerte, encontraríamos que son personas temerosas del futuro y que con frecuencia, buscan continuos justificantes para no actuar. Se pasan la vida mirando a través del espejo retrovisor y no dudan en señalar a otros como los responsables de aquello que les sucede.
Quienes no han cerrado heridas, con frecuencia, no son capaces de reconocer los logros de otros y de dar crédito a que los mismos se deban a la inteligencia, o las habilidades de ellos, sino que propagan que lo que los demás han obtenido ha sido producto de la suerte, del destino, de las influencias o, incluso, de los elementos utilizadas. Les resulta difícil felicitar a otros por sus avances y conquistas y cuando los demás fracasan, tienden a pensar: “es bueno confirmar que somos los únicos que hemos caídos en desgracia”. Este no es un buen retrato de nadie, y lo que es peor: ¡No sirve para nada!
Debemos estar convencidos de que somos superiores a aquello que nos sucede, aceptar el reto que la vida nos trae, mirar al futuro con esperanza sin temer la incertidumbre y, sobre todo, cerrar de una santa vez ese libro ya leído, digerido, superado y que necesita ser archivado y cubrirse de polvo.

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