Lo importante, cuando uno pretende cambiar algo en su vida con lo que no está de acuerdo, es meditar sobre ello. Intentar entender cuál puede ser el origen de un malestar o el porqué de la inquietud que sentimos. Qué es aquello con lo que no estamos conformes y que de repente (o no tan de repente), nos anima desde dentro a mover algo que creíamos bien cimentado. Tomarse tiempo para valorar lo que se siente y ver si tiene posible arreglo antes de emprender el camino del cambio, es fundamental.
Y también es crucial, no generar unas expectativas tan ambiciosas y perfectas sobre lo que vamos a encontrar una vez tomada la decisión del cambio, que nos veamos después defraudados e incluso peor que antes. A veces, cuando cambiamos algo, no cambia nada y conviene saberlo y es así porque las causas de la intranquilidad no estaban en lo que hemos cambiado. Así que con cuidado y a pensarlo bien.
El cambio no sólo se produce tratando de obligarse a cambiar, sino tomando conciencia de lo que no funciona.
Piensa en todo lo que tienes, no en todo lo que te falta. ¿Conformismo? ¿Resignación? ¿Sumisión? Nada de esto, sólo y tal vez, generosidad.
Muchas veces estamos tan pendientes de los logros por venir, de conseguir tal cosa o aquella otra, de alcanzar tal rango, estatus o privilegio, que nos olvidamos de valorar -y es un claro desprecio- lo que ya tenemos.
La vida es muy sabia y nunca deberíamos llegar a esta situación, pero a la vida sólo le haría falta un pequeño soplo adverso y hacer que desapareciera algo de lo que ahora no valoramos, para que de repente diéramos todo aquello que creíamos que nos faltaba a manos llenas, con tal de recuperar lo que se fue. ¿No es así?
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