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domingo, 21 de agosto de 2011

Excusas.


Nadie mejor que nosotros sabe si lo que hacemos es suficientemente bueno y si es el resultado de lo mejor que seríamos capaces de hacer, pero creo que nunca deberíamos de despreciar la crítica cuando el desenlace de nuestra tarea es negativo. El problema es que no somos capaces de reconocer lo que para el resto resulta obvio.
Es mucho más ilustrativo y moralizante, reconocer cuando algo de lo que haces simplemente no funciona, que justificarse, por ejemplo, en el mal gusto o falta de inteligencia de los demás o en la carencia de las herramientas apropiadas para llevarlo a cabo o en la impertinencia temporal de la propuesta (que hubiera triunfado sin duda en otro momento) o puestos ya explicar un fracaso, argumentar que resulta que ese día llovió o que salimos tarde de casa o que fuimos al dentista y nos mareamos... cualquier cosa para proclamar al mundo que, al contrario de lo que el mundo ve, nosotros no nos hemos equivocado.
Nunca-hay-que-dar-excusas. Estas palabras deberían estar grabadas a fuego en nuestros subconscientes. Nunca. Las excusas sólo sirven para certificar nuestra incompetencia. Es así de simple. Cuando tienes excusas o buscas una defensa, estás reconociendo un error y no esquivándolo, como se pretende. Al buen entendedor sólo le bastará escuchar una excusa, para saber que te defiendes de algo que no hiciste bien.

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