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domingo, 21 de agosto de 2011

Retos.

Es esa embriagadora sensación que percibes con nitidez desde la cima, una vez alcanzado plenamente un objetivo. Te has volcado con todo tu empeño en él; has luchado más allá de lo que pensabas que podrías envolverte para conseguirlo; te has desgastado hasta el agotamiento, y das paso a la euforia propia de aquél que logró finalmente lo que tan poco le llevó soñar y tanto le ha llevado conquistar. Una íntima satisfacción comparable a nada más, te hace estallar de orgullo y te sientes, literalmente, en la cima de tu vida...
Y es que por fin has alcanzado aquello por lo que te has estado esforzando tanto y por lo que probablemente reistes, llorastes, sufristes y disfrutastes alternativamente. Aquello que te dejó sin dormir y que a la vez, y de forma paradójica, fue lo que te hizo dormir mejor. Lo has alcanzado y te sientes rebosante y lo celebras pero; ¿cuánto te dura la satisfacción?
De repente, te das cuenta de que esa montaña escalada forma parte de una cordillera y mirando a tu alrededor, adviertes que hay otros muchos retos por conseguir y fijas de nuevo tu horizonte en la obtención del siguiente.
Parar, detenerse para siempre, puede ser una opción (de hecho lo representa para muchos), pero la gente más valiosa necesita una misión permanente para sentirse viva en su plenitud.
Se dice que somos lo que hacemos, para cambiar lo que somos y esa tarea no se extingue jamás. Los conformistas afirmarán que el impulso responde a una desproporción de ambición; yo sin embargo, considero que el planteamiento y el cumplimiento de nuevas expectativas es parte de la tarea de completarnos y así, hasta llegar a convertirnos (quién sabe cuándo) en la auténtica persona que podíamos llegar a ser.

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