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martes, 5 de julio de 2011

Odiar

¿Para qué sirve odiar?, ¿Cómo desahogo?, ¿Cómo venganza? Desde la más pura lógica y sin otras implicaciones, el odio es inservible. Envenena más a quien lo promueve, que a quien lo padece. Y no es que no arregle nada, sino que todo lo enturbia y lo violenta y su capacidad de construir es nula, puesto que justamente se basa en la destrucción.

Intentando encontrar razonamientos coherentes del por qué se odia a alguien, he dado más que con las razones que impulsan al odio, con lo que pasa en el cerebro de las personas que odian. Es decir, más con el qué ocurre, que el por qué ocurre. Pero tal vez ayude algo.
En cuanto al qué, un equipo de investigadores británicos, ha descubierto cuál es el circuito del odio observando mediante imágenes de resonancia magnética, el cerebro de 17 personas (hombres y mujeres) mientras veían fotos de rostros de personas por quienes sentían animadversión (cedidas por cada participante) y alternados con otras caras neutrales que no despertaban en ellos ningún tipo de sentimiento.
De esta forma vieron las áreas neuronales que se activan al odiar. La red que se pone en marcha con esta pasión irracional implica a dos regiones del cerebro, curiosamente las mismas que se activan en el amor romántico. Ambas pasiones comparten dos estructuras cerebrales, una semejanza mayor que la presentada con cualquier otra emoción.
Y esto sin duda es lo más llamativo del estudio. El amor puro y el odio cerval, comparten lugar en el cerebro. Somos sofisticados y complejos. El mayor bien conocido y una de las peores lacras del ser humano, no es que sean vecinos o conocidos… es que comparten la misma casa.
El odio, digámoslo, es accesorio, innecesario, inútil y resulta más devastador para quien lo siente, que para el que lo padece, que muchas veces ni se entera de esa fatal aversión que despierta. Ya se que habrá momentos o situaciones en los que inevitablemente lo sintamos llegar, pero hay que dejarlo pasar.

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