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martes, 5 de julio de 2011

Nuestro mayor error: Cuando debemos pensar, sentimos; Cuando debemos sentir, pensamos.


Cuántas veces nos habremos llevado las manos a la cabeza en un claro gesto de impotencia, al comprobar que aquello que habíamos pensado (o malpensado), no era exactamente así.
No somos dioses, aunque algunos lo pretendan, como para ver más allá de las evidencias e interpretar y descifrar lo que no distinguimos nada más que parcialmente y, por tanto, no conocemos en toda su extensión.
Si te digo que las cosas no son exactamente como pensamos, seguro que estarás de acuerdo conmigo ya que eres lo suficientemente racional, pero eso no evitará que la próxima vez que tengas, bien la necesidad o bien la curiosidad de saber algo, trates de adivinar, en vez de atenerte a la evidencia de lo que de cierto ya sabes.
Vemos la realidad y llegamos a conclusiones precipitadas, porque queremos tener una opinión formada cuanto antes. Sin esperar a la resolución de los acontecimientos, o al menos a poseer algún indicio más que avale nuestra primera impresión.
No hay que olvidar que cada situación, conflicto o suceso, oculta secretos matices y que de conocerlos, cambiarían completamente nuestra perspectiva sobre ellos ... como hemos comprobado tantas veces.

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