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miércoles, 14 de marzo de 2012

A la tercera va la vencida.

No hubo tanto que discutir, simplemente nos quedamos desamparados.
sin tener a lo que empeñarnos nos dejamos caer creyendo que nosotros mismos sabríamos salir por nuestra propia cuenta del abismo. Nos dejamos caer confiando demasiado, quizás, en nuestras alas.
Estaba claro que algo no salió bien. No es la primera, ni la segunda, pero si la última vez.
Las mentiras nos inventamos. Y hasta los secretos. Sobre todo los secretos.
He convertido el destino en una resignación. La desgracia en rutina y he disminuido el fuego al calor de su ímpetu hasta conseguir meterlo en un caja de cerillas y ponerle una señal de advertencia. De aviso o más bien de peligro. Aquí nadie se acuerda de lo que son los sueños, lo que es soñar, lo que conllevan en el intento, y mejor.
Y para qué oponerse, hay una capa de odio puesta como lentillas en los ojos. Una máscara caducada, que está tan podrida que apesta como las desilusiones. Puse en marcha caracterizar a la necesidad en números, al valor en porcentajes, y puesta en oferta la falta de interés.

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