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martes, 1 de enero de 2013

Querido 2012:

Gracias por hacerme tan fuerte como un cristal roto imposible de romperse más, y por demostrarme que en la sutileza de las caricias existe una pequeña indestructivilidad dispuesta a quedarse para hacerte lesión cuando vengan sus ausencias, y gracias por la fécula amarga del corazón, por reencontrarme conmigo misma en toda mi irracionalidad, por aquel invierno nublado donde el sudor solo fue frío y sin pretexto, por las canciones, muchísimo más allá de la cocaína y todas sus mierdas parecidas.
Gracias por devolverme el séptimo arte cuando lo tenía abatido y llorando olvidos en mi esquina de sueños pasados.
Gracias por esa revolución oscura de almas brillantes, por hacernos caer tan bajo que ya solo podamos subir, por el reto de cimas imposibles que nos has planteado: será leña en el fuego de las hogueras que calentarán nuestras manos en todos los inviernos que nos impongan.
Gracias por el dolor. Por haberme hecho tragármelo. Por haberme obligado a digerir derrotas, decepciones e imposibilidades. Por el escozor de heridas incompletas con que llené el vertedero antes de sacar la basura.
Gracias por el amor. Por saber que he querido. Que todavía lo hago. Que nadie podrá impedírmelo jamás. Amar. Solo yo. Y no pienso ser ya más mi rival ni mi enemigo. Todo eso se acabó.
Por lo demás, en lo que a mí respecta, te puedes ir a la puta mierda, maldito 2012.

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